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Arte, memoria y resistencia: un recorrido por los museos y la construcción de identidad en Guatemala

  • Foto del escritor: Éxodo Digital
    Éxodo Digital
  • 14 nov.
  • 5 Min. de lectura

Por: Andrea Pérez 


La noche del 7 de noviembre de 2025, el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala volvió a iluminarse, pero no con luces comunes: fueron las memorias, los testimonios, los silencios y las imágenes de un país que aún intenta comprenderse a sí mismo. La Noche de los Museos, en su edición número 14, reunió a más de veinte instituciones culturales que abrieron sus puertas para que miles de visitantes recorrieran libremente sus salas. Las rutas de buses gratuitos, el ambiente festivo y la apertura nocturna demostraron que no solo se trataba de un evento turístico, sino de un ejercicio colectivo de memoria, identidad y sensibilidad histórica.

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Entre los visitantes se encontraba José Mateo, joven asistente que decidió participar movido por la curiosidad. “Nunca había venido y quería vivir la experiencia de estar dentro de los museos de noche, descubrir qué curiosidades escondían”, comentó mientras esperaba el bus frente a Correos. Su motivación resume la esencia del evento: acercar a nuevos públicos a espacios que suelen ser vistos como lejanos, estáticos o destinados únicamente a especialistas.

Sin embargo, conforme avanzaba la noche, la curiosidad se transformó en reflexión profunda. José quedó profundamente impactado al ingresar al Museo de la Memoria, Kaji Tulam, donde una sala dedicada a los testimonios del conflicto armado interno lo confronta con relatos que, según dice, “uno no se hubiera imaginado”. Allí, frente a un espejo que llevaba inscrita la frase: “A alguien le gusta como eres” y que, al girar, revelaba la advertencia: “Imagina un tiempo en el que pensar diferente era razón suficiente para matarte a ti y a tu familia”, comprendió que la memoria histórica es un camino que exige sensibilidad, empatía y valentía.

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Esa sala, una de las más emblemáticas del museo, sintetiza la esencia del recorrido: mirar hacia el pasado para entender el presente, incluso cuando las imágenes duelen. En otra pared, una frase de Rigoberta Menchú recordaba que “en los momentos más difíciles he sido capaz de soñar con un futuro más hermoso”, mientras el eco de voces reproducidas en altavoces repetía historias de resistencia. “Habían testimonios que uno nunca se imagina hasta que los escucha de verdad”, comentó José conmovido.


El guía del museo, Francisco Méndez, explicó que ese es precisamente el objetivo. Para él, los museos cumplen un papel fundamental en la recuperación de la memoria histórica: “Buscamos que la gente comprenda cómo el pasado dialoga con el presente, porque algunas memorias siguen siendo fundamentales para nuestra vida colectiva.” Sus palabras quedaban reflejadas en cada sala: fotografías del conflicto, nombres interminables de víctimas que llenaban un pasillo completo, y la obra fotográfica de Jean-Marie Simon, quien documentó uno de los periodos más oscuros del país entre 1980 y 1988.


El clima narrativo del museo se reforzaba con detalles simbólicos. En la entrada, una frase del poeta hondureño Roberto Sosa decía: “De vez en cuando camino al revés: es un modo de recordar”. Frente a ella, una instalación de colibríes suspendidos recordaba que son las únicas aves capaces de volar hacia atrás, metáfora perfecta de lo que significa traer el pasado al presente. Me gustó mucho esa frase “porque conecta la idea del recuerdo con la delicadeza y libertad del colibrí”.

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Para quienes recorrieron Kaji Tulam, una de las salas más impactantes fue la que expone testimonios directos de sobrevivientes. Entre ellos, uno relataba: “Había diez verdugos. Cinco mataban mientras los otros cinco descansaban. Como parte del descanso, tenían turnos para violar a dos señoritas de 15 a 17 años…”. Leer esas líneas impresas en una pared blanca es un golpe directo, una confrontación ética que desestabiliza, pero también enseña. “Estos espacios ayudan a mantener viva la memoria de quienes lucharon por el país”, afirmó José, convencido de su importancia para las nuevas generaciones.


Sin embargo, José también reflexionó sobre el desafío que enfrenta la enseñanza de la memoria. “Si se les enseña desde pequeños sí, pero ya de adolescentes es más difícil porque se pierde sensibilidad”, dijo. Su opinión abre un debate clave: la necesidad de integrar la memoria histórica en la formación ciudadana desde edades tempranas.

La Noche de los Museos no solo expone documentos del pasado, sino que invita a interpretar el presente a través del arte. En el Museo de la Universidad de San Carlos, por ejemplo, la presencia de la obra Tierra fértil de Guatemala, de Rina Lazo, revelaba la continuidad entre arte, política e identidad. Este mural, que celebra la fertilidad y fuerza del pueblo guatemalteco, dialogaba con otras imágenes presentes esa noche: fotografías de resistencia indígena, caricaturas políticas y grabados de artistas vinculados al movimiento estudiantil.

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Una exposición destacada era la dedicada al pintor y periodista Luis Alberto Acatitla, cuyo trabajo combinó ambas disciplinas con una fuerza particular. Entre sus cuadros, uno reproducía la portada de un periódico donde se leía la frase de José La Cruz y Caballero: “El periodismo es lo externo de una profesión y lo interno un sacerdocio”. Esa idea conectaba de manera directa con la responsabilidad ética del oficio: contar lo que ocurre, incluso cuando incómoda, incluso cuando amenaza el poder.

En la misma sala se encontraban poemas del artista y obras que dialogaban con la figura de Oliveiro Castañeda, líder estudiantil asesinado en 1978, cuya frase “Mientras haya pueblo habrá revolución” resonaba también en una pared de Kaji Tulam. Esa interconexión entre museos demuestra un hilo conductor: la lucha histórica por la justicia social en Guatemala.

Mientras recorría los pasillos, pude ver también muestras de grabado, una técnica que conserva la huella, la línea y la memoria de un instante. Esa relación entre arte y rastro se convertía en una metáfora de todo el recorrido: cada obra, cada frase, cada imagen dejaba una marca que acompañaba al visitante más allá de las paredes del museo.

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La Noche de los Museos no sólo abordó la memoria guatemalteca: también ofreció un espacio para reflexionar sobre tragedias universales. En el Museo del Holocausto, entrevisté a María Rojas, quien describió su experiencia como profundamente conmovedora. “Pude reflexionar sobre todo lo que se vivió en la Segunda Guerra Mundial: los genocidios de judíos, gitanos y otros grupos. Es doloroso, pero necesario”, afirmó. Sus palabras refuerzan un mensaje central: los museos no solo cuentan historias locales, sino que conectan con la memoria global, recordándonos que los horrores del pasado pueden repetirse cuando olvidamos.


Este es precisamente el punto donde el arte público cobra relevancia. Guatemala no posee una tradición marcada de monumentos conmemorativos, pero sí ha desarrollado formas de arte público que intervienen el espacio urbano y buscan dialogar con la comunidad. Estas prácticas, aunque no siempre comprendidas, tienen un papel esencial en la configuración de la memoria social: permiten que la historia se vuelva cotidiana, que la memoria salga a las calles y que los ciudadanos participen de ella, ya sea como observadores, intérpretes o interlocutores.

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La Noche de los Museos demuestra que la memoria no es un concepto abstracto, sino un acto vivo. Se manifiesta en el testimonio contado, en la fotografía revelada, en la frase escrita, en la sala oscura donde alguien relata un dolor que jamás pudo contar en voz alta. También se expresa en la ilusión de quienes, como José, descubren por primera vez estos espacios y se sorprenden por la profundidad de lo que encuentran.


Quizá uno de los aprendizajes más importantes de la jornada es que recordar no es un ejercicio pasivo. “Es como una caja de archivos que permite aprender y evitar que las cosas vuelvan a suceder”, decía José. Y tiene razón. La memoria no solo revive: advierte. Es un espejo que, aunque a veces duele mirar, nos obliga a preguntarnos quiénes somos y en qué país queremos vivir.


La noche terminó, pero los museos siguieron hablando. Sus paredes guardan historias que esperan ser escuchadas por nuevas generaciones. Y mientras existan espacios como Kaji Tulam, la USAC, el Museo del Holocausto y tantos otros, la memoria seguirá caminando —a veces hacia adelante, a veces hacia atrás— como el colibrí que recuerda que incluso en el vuelo inverso hay belleza, fuerza y sentido.


 
 
 

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